MUROS
Algunas veces
lo hablamos, y aquel verano queríamos intentarlo. Lo de la distancia lo
solucionábamos con llamadas de teléfono, cartas de vez en cuando y algún viaje
ocasional. En cuanto al carácter, los
dos éramos absolutamente iguales: igual de despistados en nuestro hogar e igual
de perfeccionistas a la hora de realizar nuestro trabajo, con una elevada
sensibilidad para lo malo y para lo bueno, e igual de cariñosos con los
animales. Pensamos que una comunicación màs cercana y el vivir día a día
terminaría por unirnos, y fue por eso que emprendí el camino hacia Portland,
pero esta vez se me hizo màs largo de lo normal, a causa de la impaciencia por
verla.
Para esta
ocasión habíamos trazado planes. Por mi parte, era un viaje solo de ida, dado
que tenía la seria intención de trabajar, establecerme allí y estar junto a
Meg, y así dar por finalizadas tantas cosas: las jornadas de trabajo sin
contrato en la antigua carpintería, el ser vìctima de las decisiones de los
demás y una vida solitaria. Por su parte, el de superar los miedos a viajar en
avión y comprobar que solo era una opción màs para viajar, como solía
insistirle Patty Bardot, la cariñosa vecina rubia que había emigrado de
Llegué al
anochecer cansado de conducir, tras haber atravesado el Missouri y el parque de
Yellowstone, donde me atrajo la interminable frondosidad de los árboles, y pude
ver a algunos turistas que probablemente se dirigirían a Yosemite Falls, esas
gigantes cascadas que recuerdo desde que era pequeño, pero lo que me llamó la
atención fue ver algún que otro ciervo correteando por entre sus bosques, lo
que me reconfortò durante el viaje y simbolizó, de alguna manera, la búsqueda
de libertad individual que tanto añoraba. La sensación duró hasta que
lleguè a casa de Meg, al anochecer.
Aparquè el coche enfrente de su casa, y antes de que pudiera atravesar el
jardín, oí los ladridos bulliciosos de Beauty y Linda, dos pequeñas hembras de
Yorkshire, y Rocky, un bello ejemplar negro de Schnauzer, y tras haber abierto
la cancela de la verja, vinieron y comenzaron a saltar sobre mìAl poco apareció
Meg en la puerta de su casa, con una sonrisa de bienvenida, y fui a saludarla,
mientras los perros continuaban saltando a mi alrededor. Me hizo entrar, y ya
en su casa, nos sentamos en el espacioso tresillo del comedor, y Beauty se
sentó sobre su regazo, mientras Linda se acomodó en una silla y Rocky lo hizo
en el suelo. Al lado había una mesa donde ya tenìa preparada la cena, un buen
plato de carne asada que no tardé demasiado en comerme. Después nos sentamos
con un café frente a la chimenea, y hablamos de nuestros proyectos. Meg me
sugirió habilitar un lugar en la casa como taller.
-
La habitación de arriba serìa ideal- dijo- Tiene un
buen ventanal y además es ancha y espaciosa, lo que te permitiría espacio para
disponer de todas las herramientas.
-
Ya veremos, Meg- dije, pero la verdad es que me
gustaría encontrar un sitio donde no tuviera que molestarte. Por otra parte,
ahí guardas todos tus recuerdos. Son parte de ti.
-
Pero ,Carl, podría ponerlos en otra parte de la casa.
Algún sitio encontrarè.
-
No te preocupes, Meg. A partir de mañana empezaremos a
mirar en el periódico local, en la sección de anuncios, o simplemente apuntando
los números de teléfono que encontremos dando un paseo.
Así hicimos,
pero no encontramos nada que nos satisficiese. También aprovechamos la mañana
para mirar en las agencias de viaje y ver los paquetes turísticos ofertados, de
modo que alguno pudiera gustarle a Meg para su primer e ilusionado viaje. Al
final se decidió por la costa de California, y parecía realmente ilusionada.
En los próximos
días estuvimos haciendo planes, mientras nos entreteníamos en el porche,
sentados en las hamacas, mirando los catálogos de viaje.
-
Mira, el Golden Gate, Carl. Recuerdo que de pequeña
fui una vez a California con mis padres y me causò una agradable sensación
porque me parecía interminable, y no se me olvidan los paseos que dábamos para
disfrutar de
-
Me acuerdo. Y también acabo de acordarme de que dos
años después fuimos al parque de Yosemite, uno de los parajes más increíbles
que aun recuerdo, y no se me han olvidado nunca esos osos que empezaron a venir
detrás mío por culpa de esos productos cosméticos que llevaba en el bolso.
-
¿Sabes donde podíamos ir esta vez? A la playa de
Venice. No es tan bonita como la de Santa Mònica, pero es amplia y tiene un montón de
puestecillos y lugares para picar algo.
-
Y también podíamos ir a San Francisco, y allí
desplazarnos en los tranvías, esos que van arrastrados por un cable que va bajo
tierra. Además, nos serà útil para desplazarnos, pues la ciudad està llena de
colinas.
-
Sì, será un viaje muy agradable, Carl. Me siento muy
ilusionada.
-
Mira, Meg. ¿Has visto el cielo? Parece un manto azul
interminable, lleno de estrellas que parpadean. Podíamos quedarnos incluso a
dormir aquí.
-
Eh, ¿ te has dado cuenta? ¿No ha sido eso una estrella
fugaz?
-
Andaba distraído, Meg, pensando en los momentos buenos
que nos esperan.
-
Pues yo sì la he visto, y he pedido un deseo.
Al rato comenzó
a hacer frío, y entramos en casa. Ambos nos sentamos en el tresillo, pero al
poco Meg se levantò, y comenzó a dar vueltas por la habitación, nerviosa.
-
¿Qué es lo que te pasa, Meg?- pregunte.
-
Nada, que esto no va a salir bien. En absoluto.
-
No te entiendo, Meg. No sè lo que quieres decir.
-
Que esto no va a resultar- y entonces se paró delante
de mi- Seamos sinceros, en realidad no tengo ninguna gana de montar en avión,
ni mucho menos ir a California. Para eso están el autobús o el ferrocarril y no
tengo necesidad de pasarlo mal. Y por otra parte, tú no tienes ninguna
intención de venir a trabajar aquí.
-
Eso no es verdad, Meg. No tienes razón.
-
Estoy siendo sincera, Carl- y a continuación se sentó
en el sofá, mirándome cara a cara- Tu no vas a cambiar de estado porque entre
otras cosas tienes a tu madre, tu perro, y hace poco que terminaste de pagar la
casa. Por otra parte siempre dices que vas a hacer cosas, y al final, nada. Y
no le veo ningún sentido en complicarse la vida cuando ya la tienes resuelta.
-
¿Y tu viaje? ¿Qué hay de tu viaje?
-
No quiero saber nada de mi viaje. Sobre todo cuando,
como te he dicho antes, puedo hacer ese recorrido en tren o en coche, que me es
màs cómodo. Tarda un poco más, pero da igual.
-
De acuerdo, Meg. Es verdad lo que dices, pero también
has dicho que te gustaría tanto venir a Cleveland y nunca vienes.
-
Carl, tu puedes hacer lo que te dè la gana- dijo Meg,
empezando a llorar- y yo también. Creo sinceramente que esto no va a salir bien
y lo digo en serio. Por eso mañana deberías irte para Cleveland, y créeme que
te deseo mucha, mucha suerte.
Me sentí
avergonzado de decírselo.
-
Te quiero, Meg.
-
Yo también te quiero, Carl-
dijo, tendiéndome los brazos.
-
Nunca lo olvidarè , Carl- La
chimenea, el paseo por la ciudad, los perros, la estrella fugaz, la
conversación. Me ha sido de ayuda. Gracias. Oye, ¿me escribirás, verdad?- dijo,
mirándome a los ojos.
-
Te escribiré, claro que sì.
Las cartas más largas que jamás hayas recibido.
-
Las leeré encantada.
Después me dijo adiós con la mano. Se la llevò
a la boca y volvió a decirme adiós. Le correspondí. Arranque el coche y me
alejè, hasta que Meg fue un punto en la lejanía.
Al anochecer lleguè a casa. Metí el coche en
el garaje. Entrè en la casa, y apenas me quitè el abrigo, me senté en el sillón
y llamé a mi madre para decirle que
había venido. Después comencé a soñar con la idea de establecerme por mì solo,
o aceptar la propuesta de trabajar sin contrato en la carpintería antigua.